Corría una tarde lluviosa de Noviembre, allá por el año 2013
y un auxiliar hacia su trabajo de limpieza en uno de los hangares del circuito
de Interlagos en San Pablo, Brasil.
De repente, algo sumamente perturbador lo sacó de su tediosa
rutina. Al levantar su vista logra divisar a lo lejos y entre una larga fila de
bólidos tapados por sus velos, una luz parpadeante y con un particular
ronroneo; como si un corazón latiera debajo del manto que cubría a ese carro.
Se acercó sin vacilar, la potente atracción era más fuerte
que el miedo. Nadie a su alrededor podía acompañarlo. Nadie que pudiera
testificar que lo que estaba ocurriendo era cierto.
Al llegar al auto en cuestión de pronto el sonido cesó. Ese
corazón de golpe dejó de latir. Un frío gelificante merodeó el ambiente.
Sin preámbulos, el auxiliar se armó de valor, respiró
profundo y sin más rodeos, descubrió de golpe el velo que cubría ese gran
misterio.
Entonces al instante comenzó un ruido ensordecedor, hasta
tal punto que lo obligó a arrodillarse tapándose sus oídos.
A los pocos segundos y preso de la confusión, puede abrir
sus ojos y ver el maravilloso espectáculo que estaba frente sí.
Un brillante motor V8, dorado y con un fulgor que se
destacaba del resto del vehículo. Los escapes naranjas, casi blancos, escupían una
flama azul inmaculada. No podía creer lo que estaba presenciando. No podía
entender que solo él fuera testigo de aquello que sucedía en ese viejo hangar,
depósito de los coches que hace un rato nada más, habían deslumbrado a miles de
fanáticos y que ahora eran solo sus compañeros de semejante espectáculo.
Apenas cuando recién comenzaba a incorporarse y podía retomar
la respiración contenida producto de la sorpresa, ocurrió algo que le hizo entender
por fin lo que allí estaba sucediendo. Una calmante luz blanca emergió del
corazón de ese motor y empezó a acercarse al auxiliar.
Él quería salir corriendo de allí pero estaba paralizado.
Sin embargo y extrañamente, cuando esa luz más cerca se encontraba del pobre
espantado, el rostro de nuestro amigo cambió. Su gesto ya no era de estupor. La
tensión abandonó el escenario y una leve sonrisa apareció en la comisura de sus
labios.
El gran portón del hangar estaba abierto. La luz giró hacia
allí y con gran velocidad escapó por ella. El auxiliar corrió rápidamente en su
búsqueda. Era ya de noche. La misma recorrió una vuelta completa al circuito. Al
llegar a la recta principal el veloz haz comenzó a ascender y partió rumbo al
cielo, hasta perderse entre las estrellas.
Del perplejo auxiliar nadie tuvo el paradero. Varios caza
noticias rastrillaron las afueras de San Pablo en busca de quizás el último
testigo del rugir de un V8 de F1.
Cuenta la leyenda que ese hombre afortunado entendió el
mensaje cuando la luz se le acercó. Era el alma de aquel motor que se estaba
despidiendo. Ella quería que por última vez alguien sea su compañero en las
pistas. El auxiliar iba sobre ella en esa última vuelta.
Algún día les contaré lo que sentí al cabalgar junto al último
V8 camino a las estrellas…